
Educar con amor, es la clave para acompañar y guiar de la mejor manera a nuestros hijos. Como padres, pueden inspirarse en los santos y en la fe
Educar no es forzar a un río a cambiar su cauce, sino acompañarlo en su fluir para que llegue al mar con aguas claras y caudalosas. No es clavar un molde rígido en la arcilla tierna de un niño, sino calentarla con el fuego del ejemplo hasta que, por sí misma, tome forma. Imponer es encadenar la voluntad; educar es liberar la curiosidad y dar dirección al vuelo.
Los santos y su visión para educar
San Juan Bosco, maestro del alma juvenil, repetía que «la educación es cosa del corazón» y que, antes que imponer obediencia, hay que hacerse amar. San Ignacio de Loyola comprendía que formar es acompañar:
No empujar al discípulo con órdenes frías, sino encender en él una llama que lo impulse a buscar la verdad con libertad. Y John Henry Newman afirmaba que el fin de la educación es «formar mentes libres, capaces de juzgar y actuar por sí mismas».
Unos padres que aman profundamente a sus hijos saben que el fin último no es que repitan lecciones, sino que aprendan a amar el saber y la vida misma. Educar no es vigilar tareas ni controlar dispositivos, sino cultivar un terreno fértil para que brote el amor por aprender, por leer, por preguntar… y por aplicar ese conocimiento en la vida cotidiana.
La lectura, un amplio mundo de conocimiento
La lectura es una semilla que, si se siembra con amor, germina para toda la vida. Un libro abierto frente a un niño curioso es como un amanecer frente a un viajero: anuncia paisajes que todavía no ha visto, pero que ya empieza a imaginar.
No basta con exigir que lea; hay que despertar en él la sed de saber. Esto se logra no con sermones, sino con ejemplos vivos. Un padre que, al final del día, toma un libro y se sumerge en sus páginas, predica sin palabras. Una madre que comenta con entusiasmo una idea recién descubierta, enciende un faro invisible en el corazón de su hijo.
El amor por la lectura no se impone, se contagia. Y ese contagio necesita cercanía, conversación, paciencia y un ambiente donde las palabras no sean una carga, sino una puerta abierta.
Confianza al educar
Educar es confiar. Confiar en que el hijo, si se le guía con amor, encontrará su camino. El respeto es la tierra donde germina la responsabilidad. Escuchar sus opiniones, permitirle pequeñas decisiones y acompañarlo en sus errores fortalece su carácter.
Los padres amorosos saben que, más que controlar, hay que inspirar. Y para inspirar hay que vivir lo que se predica: mostrar que aprender es un gozo permanente; que el saber no es para acumular datos, sino para entender mejor la vida, servir a los demás y crecer como persona.
Educar es un acto de amor
Educar es un acto de amor. Y el amor nunca se impone: se ofrece. Amar la educación de un hijo es creer en su capacidad de crecer, incluso cuando tropieza. Es guiar sin sofocar, inspirar sin manipular, corregir sin humillar.
Como decía Don Bosco, «el amor se hace amar». Que nuestros hijos amen el saber porque lo han visto amado en nosotros. Que lean no porque temen el castigo, sino porque han probado la dulzura de aprender.
Que estudien no para cumplir, sino para vivir con más luz. Y que, algún día, ellos también siembren en otros esa semilla que nunca deja de dar fruto.
Fuente: Guillermo Dellamary
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