Perdonar implica, entre otras cosas, dejar ir ese resentimiento que experimentamos cuando alguien nos lastima o hace algo que nos ofende. Es una forma de aceptación, de encontrar una manera de vivir en paz con lo que sucedió.
¿Pero cuán importante es este perdón para el ser humano?
Tanto que se considera que el perdón evolucionó por ser una estrategia adaptativa que nos sirve para lidiar con el sufrimiento que, de lo contrario, constituiría una fuente de estrés y afectaría negativamente la salud física y mental. Así, las emociones negativas se disipan o, al menos, se morigeran.
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Si bien la ciencia aún no conoce por completo los mecanismos del perdón, diversas investigaciones han asociado el acto de perdonar con mayor bienestar y optimismo, mejor estado de ánimo y salud cardiovascular.
Perdonar involucra suprimir el miedo y potenciar la empatía y el control cognitivo.
Por el contrario, se ha relevado que sostener el resentimiento y el odio hace que se mantenga elevada la presión sanguínea, la frecuencia cardíaca y la tensión muscular. Esto puede derivar en un malestar emocional crónico, en tener dificultades para dormir, en padecer depresión y ansiedad.
En un estudio llevado a cabo por la doctora en psicología clínica Charlotte Van Oyen Witvliet y sus colaboradores, se les pedía a los participantes que recordaran una persona que se había comportado mal con ellos en el pasado.
Entonces, les preguntaban qué tan grave había sido la ofensa, si habían recibido disculpas y si se había mantenido la relación después de eso.
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Luego, se les aplicaban dispositivos que permiten registrar medidas de estrés como la tensión facial, la conductancia de la piel (sudoración), la frecuencia cardíaca y la presión sanguínea.
Y se les leía un texto que podía estar pensado para generar empatía y perdón o para propiciar el recuerdo del evento y el enojo. Se encontró que los índices de estrés aumentaban cuando las personas eran inducidas a mantener las emociones negativas.
Si bien este estudio midió las respuestas de estrés a corto plazo, permite pensar que las personas menos proclives a perdonar serían más vulnerables a problemas de salud relacionados con el estrés.
En otra investigación, usando neuroimágenes funcionales, se les presentaban a los participantes situaciones en las cuales alguien hacía algo valorado como negativo y tenían que decir en qué medida consideraban que la acción era perdonable.
Se concluyó que el hecho de contemplar si una determinada acción merecía perdón activaba varias regiones del lóbulo prefrontal y el cingulado posterior, que se asocian al razonamiento, la solución de problemas, la comprensión del estado mental de los demás y el control cognitivo.
En cambio, el enojo, el rencor y el deseo de venganza obstaculizarían el pensamiento racional al coincidir con una mayor actividad en la amígdala, una pequeña región ubicada en la parte media del lóbulo temporal, que se activa cuando percibimos amenazas.
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El autocontrol consiste en inhibir las reacciones impulsivas causadas por el rencor. Podemos lograrlo considerando interpretaciones alternativas para explicar el hecho que nos dañó. Comprender a los demás y empatizar son algunas de las estrategias de regulación emocional que pueden ayudarnos a reducir el sufrimiento.
Martin Luther King, en sus discursos y sermones, invitaba a desarrollar esta capacidad de comprender al otro y, a partir de eso, perdonar: “Hay algo bueno hasta en el peor de nosotros y hay algo malo en el mejor de nosotros. Cuando descubrimos esto, nos volvemos menos propensos a odiar a nuestros enemigos”.
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Fuente: Facundo Manes
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