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La meditación debe afectar a tu vida de forma práctica

Aunque la meditación en la oración puede convertirse fácilmente en algo que solo se queda en la cabeza, debemos permitir que afecte a nuestra vida cotidiana

A menudo, cuando hacemos oración o meditación sobre el Evangelio, nos inspiramos en la bondad y la dulzura de Jesucristo.

Saldremos de nuestro tiempo de oración consolados y preparados para afrontar el día que tenemos por delante. Sin embargo, a veces existe una desconexión entre nuestra oración y nuestra vida cotidiana.

Puede que nos haya gustado leer sobre la bondad y misericordia de Jesús hacia los demás, pero que luego seamos mezquinos e hirientes con nuestros compañeros de trabajo o familiares.

Lo que tenemos que hacer es concluir nuestra meditación con la resolución de pasar todo de la cabeza al corazón y de ahí a las manos.

Aplicación práctica

San Francisco de Sales anima a esta práctica en su Introducción a la vida devota. Explica que es bueno que la meditación eleve nuestros corazones a Dios:

«La meditación suscita buenos deseos en la voluntad, o parte sensible del alma, tales como el amor a Dios y al prójimo, el anhelo de la gloria del Paraíso, el celo por la salvación de los demás, la imitación del Ejemplo de nuestro Señor, la compasión, la acción de gracias, el temor de la ira de Dios y del juicio, el odio al pecado, la confianza en la Bondad y Misericordia de Dios».

Y va un paso más allá al decir que estos buenos deseos deben ir seguidos de buenos propósitos:

«Pero, hija mía, no debes detenerte en afectos generales, sin convertirlos en propósitos especiales para tu propia corrección y enmienda. Por ejemplo, meditando en la Primera Palabra de Nuestro Amado Señor desde la Cruz, sin duda se despertará en ti el deseo de imitarle en perdonar y amar a tus enemigos. Pero eso no basta, a menos que lo lleves a alguna resolución práctica, como: ‘No me enojaré más por las cosas molestas que diga de mí tal o cual prójimo, ni por los desaires que me ofrezca tal otro; antes bien, haré tales y tales cosas para ablandarlos y conciliarlos'».

Jesús no vino a la tierra para que tuviéramos sentimientos cálidos y confusos. Vino a darnos un ejemplo a seguir.

Esto significa que debemos convertirnos en cristianos, no solo de pensamiento, sino también de obra.

Fuente: Philip Kosloski
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