Al lado de otros números, el número cuatro no parece tener mucho simbolismo en la tradición cristiana. Sin embargo, es el número de la humanidad y de la finitud
El tres es divino y trinitario, el siete es signo de plenitud, el doce evoca las Tribus de Israel y luego a los Apóstoles, el cuarenta es tanto el desierto del Éxodo como los días de penitencia de Cristo. Pero ¿qué ocurre con el número cuatro, en el que no pensamos inmediatamente?
El mundo griego lo asociaba a los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego. También es el número del cuadrado o de los puntos cardinales, signos del espacio finito y, por tanto, de la humanidad, por oposición al círculo, símbolo de la perfección y de Dios.
En arquitectura, las dos figuras geométricas son a menudo complementarias, como en las fachadas góticas: el círculo del rosetón se sitúa en el corazón de un cuadrado de nueve (3 por 3) cuadrados más pequeños, del mismo modo que Dios, al encarnarse, llegó al corazón de la humanidad.
Otra asociación simbólica de las dos figuras son las cúpulas. Sostenidas por cuatro pilares, las cúpulas son circulares y representan iconográficamente el cielo. De este modo, los ojos de los fieles se elevan de la tierra a Dios.
En el Panteón de Roma, el vínculo entre el cielo y la tierra se hace incluso tangible gracias al óculo situado en el centro de la inmensa cúpula. Los dioses para los que se construyó el templo, empezando por el sol, entran simbólicamente en el mundo humano.
¿Y en la Biblia? Desde el Tetragrammaton, nombre impronunciable de Dios y forma humana de hablar de Él en cuatro letras, hasta el Tetramorfo, el cuatro está muy presente en las Escrituras.
El profeta tiene una visión de cuatro criaturas celestiales con los atributos de un toro, un águila, un hombre y un león, al pie de la gloria de Dios.
La interpretación de este pasaje es delicada, pero la figura es retomada por el apóstol en el Apocalipsis, en el que las cuatro criaturas vivientes ya no son híbridos: un hombre, un león, un toro y un águila. Repiten el Trisagion («¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!») día y noche.
Los Padres de la Iglesia vieron en este Tetramorfos la representación simbólica de los cuatro evangelistas: Mateo es el hombre, Marcos el león, Lucas el toro y Juan el águila.
San Ireneo cree que este número de evangelistas corresponde a las «cuatro regiones del mundo» y a los «cuatro vientos principales», ya que la Buena Nueva debe proclamarse a todo el mundo.
Los cuatro Vivientes
Otros piensan que los cuatro Vivientes corresponden a las cuatro partes del ser humano: el cuerpo para el toro, el corazón para el león, el espíritu para el hombre y el alma para el águila, sinónimo de elevación. La ley del amor proclamada por Cristo abarca, pues, a toda la persona:
«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo» (Lc 10, 27).
Seguramente hay mucho más que decir sobre el significado y las ocurrencias del cuatro en la Palabra de Dios. Un último punto: la multiplicación de los panes, en Mateo (cf. capítulos 14 y 15) y Marcos (cf. capítulos 6 y 8), remite al número 7 (mundo pagano), al número 12 (pueblo hebreo), pero también, y esto se suele notar menos, al número 4.
Los dos evangelistas mencionan la presencia de «cuatro mil hombres»: toda la humanidad, desde los cuatro puntos cardinales, está invitada a las Bodas del Cordero, a la cena de la Salvación, a la Redención.
Sin ser adeptos a la numerología esotérica, la Tradición cristiana atribuye a los números un cierto simbolismo, que solo tiene interés si está al servicio del misterio de la fe. El tres es divino y trinitario, el siete es signo de plenitud, el doce evoca las Tribus de Israel y luego a los Apóstoles, el Leer más…
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Fuente: Valdemar de Vaux Aleteia.org | Español – valores con alma para vivir feliz