En el Bautismo recibimos la gracia santificante que nos convierte en hijos adoptivos de Dios y borra en nosotros el pecado original. Y por si esto fuera poco, el Señor nos obsequia las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad, que, como dice el Catecismo de la Iglesia católica:
«disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima Trinidad. Tienen como origen, motivo y objeto a Dios Uno y Trino» (CEC 1812).
Por consecuencia, estas virtudes no podemos adquirirlas por mérito humano:
«Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna». (CEC 1813)
Fe, esperanza y caridad
De manera muy sencilla recordaremos que por la fe creemos en Dios y en todo lo que nos ha revelado. Y por la esperanza «aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra» (CEC 1817).
Así mismo, las tres virtudes «Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano» (CEC 1823).
Sin embargo, la caridad es la mayor de las tres virtudes, como lo expresa San Pablo:
En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y la caridad, pero la más grande todas es la caridad (1 Cor 13, 13).
Sin caridad no hay crecimiento espiritual
El Catecismo aclara que la caridad es sinónimo de amor:
La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios (CEC 1822).
Pero hay que destacar que no se trata de sentimentalismos, es decir, la caridad es ese amor sobrenatural va más allá de «sentir bonito», y su efecto en el alma de la persona se enfoca en hacer el bien a todos, aún y quizá más, a los enemigos, por amor a Dios.
Por eso, si no tuviéramos la caridad sería prácticamente imposible amar a quien nos han dañado.
San Pablo resume de esta manera la caridad:
Si no tengo caridad nada soy…. Y todo lo que es privilegio, servicio, virtud misma… si no tengo caridad, “nada me aprovecha” (1 Co 13, 1-4).
Caridad y progreso espiritual
En conclusión, si deseamos progresar espiritualmente, debemos ejercitar la caridad amando a Dios, ¿cómo? obedeciendo sus mandamientos, esforzándonos en dar testimonio cristiano, usando los sacramentos para incrementar la gracias y superar nuestros defectos y pecados.
Y al prójimo, por supuesto, porque si no se demuestra con el trato a nuestros semejantes, nuestro amor será vacío y sin sentido, como lo remarca san Pablo:
«si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe» (1 Cor 13, 1).
Pidamos al Señor que cada día aumente en nosotros la caridad que tendrá su plenitud el día que lo veamos en el cielo.
Fuente: Mónica Muñoz
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