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Un solo uso y 500 años

plásticos, un solo uso, descartables, contaminación, residuos, mares, océanos, suelo

Si nos trasladáramos unos 50 años en el tiempo hacia un futuro probable, además de ver cambios en el paisaje, el clima y la tecnología lo que estaría ante nuestros ojos sería una gran capa de basura, mucho plástico sin deshacerse. Inclusive, si fuéramos con cuidado por alguna calle conocida tal vez podríamos reconocer algún envase o bolsa que se hayan tirado medio siglo antes, en nuestro presente. Y no estaría siquiera cerca de descomponerse.

Tal vez no podamos afirmar con total certeza que esto ocurrirá así, pero es bastante probable que siga creciendo el problema continental de la basura (que según estudios crecerá todavía un 70% más en los próximos 30 años). Un problema que sólo es comparable en su magnitud con la propia introducción del plástico y otros materiales de difícil o nula descomposición sin la utilización de procesos químicos especiales, que tienen un proceso de descomposición entre 50 y 1000 años, dependiendo del tipo de producto. ¿Estamos dispuestos a seguir usando botellas de plástico que tardan un milenio en descomponerse?

Producir una tonelada de plástico cuesta menos de mil dólares. Un dólar por kilo de plástico, menos que centavos por botella. Es tan barato porque se trata de una de las industrias más subsidiadas del mundo, así lo han denunciado organizaciones no gubernamentales. ¿Sabemos qué porcentaje de nuestros impuestos está destinado a bajar los costos de productos plásticos? Quizás no, pero es un hecho que el costo real de cada botella es mucho mayor de lo que pagamos en la tienda o en el supermercado. Cada tonelada de plástico cuesta unos 171.000 millones de dólares si se consideran los gases de efecto invernadero emitidos durante su fabricación y otros 38.000 millones de dólares por el manejo de los desechos plásticos (separación, recolección y reciclaje), según un estudio internacional publicado en 2021.

Si  los hallazgos arqueológicos arrojan información sobre las formas de vida del pasado, lo cual nos ha permitido hacer conjeturas, deducir el uso de ciertos materiales y la consolidación de tradiciones, ¿qué se deducirá en futuro de nuestros hábitos actuales? ¿Qué dirá la basura plástica acerca de  quiénes fuimos y por qué decidimos destruir nuestro entorno?

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Las fotografías de esta galería fueron tomadas en distintas regiones de México,  en los estados de Michoacán, Jalisco, Ciudad de México, Yucatán y Quintana Roo. Son todos  plásticos de un solo uso relacionados con hábitos alimenticios. Han perdurado por mucho tiempo y, aunque lucen desgastados, su composición no ha sido mellada, sólo tal vez por el agua que despinta materiales y se lleva estas pinturas en su afluente.

Hay productos que de moda que generan un gran consumo de plástico y que podrían reusarse con mayor vehemencia, pero que sin embargo tapizan los suelos de pueblos y ciudades.  Por ejemplo, las botellas de bebidas isotónicas o deportivas, los llamados sueros, que en países como México se consumen en gran cantidad y sin ningún tipo de información nutricional o médica. Ya en 2014 se preveía que su consumo aumentaría un 13% en el lustro que seguiría. Actualmente, marcas como Electrolit están presentes en todas las tiendas de conveniencia y se consumen igual para recuperarse del ejercicio como para la resaca después de una fiesta o como supuesta medicina ante problemas gastro-intestinales, incluso en niños.

¿Existe algo más absurdo que el agua embotellada? No sólo porque implica el negocio de vender un recurso natural que debería ser universal, también porque deja una huella inmensa. Según un reporte de Greenpeace, se producen 500 mil millones de estos recipientes anualmente. Fue en los años 90, tal y como reporta Kennia Velázquez, que transnacionales  como Nestlé y Danone comenzaron en México con el gran negocio de vender el agua embotellada. Poco a poco fueron desapareciendo de las calles los bebederos públicos, el hábito de hervir agua en casa y cargar con una botella reutilizable. La pandemia por Covid terminó por matar aquellos bebederos de oficinas, edificios públicos o escuelas donde la gente podía rellenar sus botellas o simplemente tomar agua. Ni siquiera el aletargamiento sanitario mundial impidió que en 2020 el agua empezara a cotizar en Wall Street al mismo tiempo que se igualaba la misma cantidad de sedientos que hambrientos en el mundo,: 844 millones de personas, según la UNESCO.

Según los datos de 2021 del Programa de Naciones Unidas para Medio Ambiente, de 1950 a la fecha tan sólo el 10% del plástico usado ha sido reciclado, el resto tapiza los suelos del mundo y es basura flotante en afluentes acuáticas sean ríos o mares. Bajo el argumento del bajo costo, vivimos en una contradicción alimenticia permanente en la que, como sociedades industrializadas, optamos por lo efímero, lo que se desecha, lo que contamina, lo barato que no puede volver a usarse, aquello que pierde su utilidad tan pronto como acabamos con la comida y no con la necesidad. Así lo nombra Jason W. Moore, en «El capitalismo en la trama de la vida»:

El camino al mundo moderno se pavimentó con Alimentos Baratos. Los Alimentos Baratos fueron, por supuesto, alimentos baratos siempre para algunas personas. Incluso durante la época neoliberal de mercancías a bajo precio cerca de un tercio de la humanidad sufrió algún tipo de malnutrición. Como ironiza [Farshad] Araghi], ha existido un sólo régimen «alimentario». ¿Los demás? Regímenes de hambre”.

Hambre y basura, mucha basura

¿Cuántos de estos envases reconoces? ¿Cuáles usas? ¿De verdad los necesitas? Todos estos envases y empaques se vuelven basura por tu consumo. ¿Imaginaste alguna vez que todo el plástico que desechamos permanecería por cientos o tal vez miles de años?

Fuente: Heriberto Paredes
EcoPortal.net

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