Confieso que no practico la política. Al menos no de la forma convencional, esto es, introduciendo una papeleta en la urna. Sí, solo he votado en una ocasión, entono el mea culpa. Pero creo que no voto al igual que no edito Wikipedia. Prefiero invertir mi tiempo y mi esfuerzo en propiciar que existan cosas y editores cada vez más ilustrados. Por eso prefiero escribir libros, artículos o reseñas como ésta. Que yo vote no cambiará nada el resultado de millones de votos. Y si nadie vota porque todos acaban siendo como yo, entonces empezaré a hacerlo. Solo entonces.
No cultivo la política práctica, pues, más bien teórica. Por eso el libro de Alfred López, Eso no estaba en mi libro de historia de la política me parece tan conveniente: porque permite observar el espectáculo desde la barrera, con perspectiva, pudiendo así comparar dislates, excentricidades, cambios, corrientes, ideas como lo que verdaderamente son: engranajes muy locos, a lo Franz de Copenhagen, para que la maquinaria social siga adelante.
Oclocracia
La oclocracia es el gobierno de la muchedumbre. Es un pequeño matiz que muchos votantes no consideran: la democracia no la da realmente el voto, sino las leyes que emergen de los votos. En otras palabras: un país no es más democrático cuanto más atienda las peticiones de la calle incluso saltándose las leyes vigentes, sino se permite al pueblo elegir a sus representantes, a sus expertos, los que deberán legislar, gestionar, negociar, etc. De igual modo funciona un avión: no se diseña, construye y pilota el avión de resultas únicamente del sentir popular o de las prostestas de las calles (¿cómo sabemos que las protestas son buenas o legítimas o representan a la mayoría?), sino en función de las decisiones de los expertos, a los que eventualmente podemos escoger mediante pruebas, cribas o citas electorales.
Por todo eso, y algunas cosas más, tampoco soy de acudir a manifestaciones (sí, parezco todo un idiota en el sentido ateniense de la palabra). Por esa razón, también, considero que un grupo violento constituye una minoría en un grupo pacífico de manifestantes. Y que un grupo pacífico de manifestantes constituye una minoría de la población. Y que, finalmente, aún es más minoritario que el conjunto de individuos, en el que trato de incluirme, que recelan de las banderas, no ven nada bueno en las muchedumbres, no aman una tierra porque han nacido en ella, evitan las tradiciones porque impiden razonar por qué haces lo que haces, sortean siempre que pueden el maniqueísmo y una larga lista de particularidades insulares que, de ser posible, quizá reclamarían la independencia para los suyos.
Pero los números no dan y ni siquiera disponen de lengua, frontera etnográfica o cualquier otra arbitrariedad para envolver de épica y legitimidad su profundo desapego hacia la dictadura de las mayorías.
Eso No Estaba En Mi Libro De Historia De La Política
Pero que todo eso me traiga al pairo no quita que me interese a nivel sociológico, psicológico y hasta humorístico. Por eso el libro de Alfred López, para mí, es la mejor manera de ver la política, y de practicarla. Un libro jalonado de anécdotas, historias, chascarrillos y hasta etimología para entender un poco más en qué andamos metidos todos, que en todos los lugares cuecen habas, que hasta un perro puede acabar gobernando un país bajo la tiranía de la democracia y todo un sinfín de píldoras de conocimiento que nos permitirán desdramatizar, objetivar y hasta sonreír (quizá, finalmente, lo más importante).
Un libro, de el de Alfred López, que en sus propósitos y funciones me recuerda poderosamente a Gog, del italiano Giovanni Papini, escrito en 1931. En él (toma historia que quizá no conocías, Alfred), se habla del diario de un excéntrico millonario que compra una república. Tras un tiempo gobernándola, llega a esta conclusión, que podría ser, también, el corolario de Eso no estaba en mi libro de la política:
Mañana puedo ordenar la clausura del Parlamento, una reforma de la Constitución, el aumento de las tarifas de aduanas, la expulsión de los inmigrantes. (…) Este poder oculto, pero ilimitado, me ha hecho pasar algunas horas agradables. Sufrir todas las molestias y servidumbres de la comedia política es una fatiga tremenda; pero ser el titiritero que, tras el telón, puede solazarse tirando de los hilos de los fantoches obedientes a sus movimientos es un oficio voluptuoso. Mi desprecio por los hombres encuentra aquí un sabroso alimento y miles de confirmaciones.
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La noticia Libros que nos inspiran: ‘Eso no estaba en mi libro de historia de la política’, de Alfred López fue publicada originalmente en Xataka Ciencia por Sergio Parra .
Fuente: Sergio Parra Xataka Ciencia