Es Colonia Belgrano, un lugar apacible, acogedor y seguro. La iniciativa es de una fundación suiza que busca revertir la migración a las grandes ciudades. Eligieron Argentina porque, afirman, “es la que desesperadamente necesita un programa así”.
Hay una, dos, seis, diez bicicletas apoyadas en las fachadas. Otra más que quedó haciendo equilibrio en el cordón de la vereda. En el frente de la escuela primaria se ve otras veinte. Ahí están y ahí se quedarán hasta que sus dueños vuelvan por ellas. Las casas están abiertas. Los autos, también. Algunos incluso con la llave colocada y alguna billetera en el interior. Alguien lo cuenta, pero necesita mostrarlo para que los incrédulos de la ciudad lo verifiquen. Confirmado: nadie toca lo que no le pertenece.
Colonia Belgrano es un remanso. Un pueblo del centro oeste de Santa Fe de mil habitantes en el que nació el animador televisivo Silvio Soldán. Pero esto no es un envío de preguntas y respuestas, sino la historia de 15 familias que buscaban un paraíso que les ofreciera una vivienda y posibilidades para crecer con su emprendimiento. Pero, sobretodo, la tranquilidad para sus hijos en un lugar pequeño, apacible, acogedor, seguro. El programa denominado “Bienvenidos a mi pueblo” fue el pasaje para conseguirlo.
Veronica Galván, Matía Leiva y Victoria Úbeda integran algunas de las familias elegidas para vivir en Colonia Belgrano, a 190 km de Rosario. Foto: Juan José García
El proyecto es parte de una iniciativa de Es Vicis, una fundación suiza con emprendedores sociales globales que busca revertir la migración a las grandes ciudades, desarrollando oportunidades en poblaciones pequeñas. La ONG eligió como prueba piloto un lugar de Argentina porque el 92 por ciento de su población es urbana y, como contracara, cuenta con miles de pueblos rurales que ofrecen oportunidades socioeconómicas, pero que viven un continuo éxodo.
“Seleccionamos a Argentina porque es la que desesperadamente necesita un programa así. Si no funciona ahí suponemos que no va a funcionar en ningún lado”, explicó Cintia Jaime, fundadora junto a Daniel Winzenried de Es Vicis. El trabajo en Santa Fe fue lento: demandó cinco años para seleccionar el lugar y luego a la gente que formaría parte de la iniciativa.
Se visitaron 14 localidades. Cuando seleccionaron a Colonia Belgrano los teléfonos de la comuna ardieron. La gente pensó que la oferta incluía casa y trabajo, datos que corrieron rápido y que parecían tomados de un viejo juego: el teléfono descompuesto. Había algo de cierto, pero severamente deformado.
Dos personas fueron especialmente designadas para atender los llamados que llegaban desde Chubut, Salta o Córdoba. “Fue una cosa de locos. Llamaban de todos lados”, recuerda el jefe comunal de aquel momento, Javier Bosio. Una familia viajó desde Entre Ríos sin consultar. Tuvieron que pagarles el pasaje de regreso.
Bosio, nacido hace 50 años en este pueblo, dice que “vendió” las bondades de la localidad a la fundación suiza. Estaba convencido de que la iniciativa favorecería a su pueblo. Les habló de las raíces suizas del lugar, de su ubicación estratégica -150 kilómetros lo separan de Rosario y 100 de Santa Fe- y les explicó que contaban con terrenos para construir viviendas e infraestructura para recibir a unos cien pobladores nuevos.
El jefe comunal lidiaba, al mismo tiempo, con la resistencia interna. “¿A quiénes van a traer?”, planteaban los vecinos. Él respondía que la llegada de nuevos emprendedores traería nuevas posibilidades a la comunidad, trabajo y mayor consumo. Y que cada familia debía cumplir con una serie de requisitos para ser aceptada en el programa. “Había gente a favor y gente en contra. Y miedo a lo desconocido”, reconoce.
Había 20 lugares disponibles en el proyecto y se anotaron unas 7 mil familias. Comenzó entonces un arduo proceso de selección: charlas, tutorías, presentación de proyectos de trabajo. Fueron 18 meses en los que el equipo de Es Vicis capacitó y supervisó cada paso. Los emprendimientos debían mostrarse serios y sustentables. Para ello se observaron las necesidades comerciales locales, pero también de poblaciones vecinas, que debían recorrer los propios migrantes. Al mismo tiempo se acompañaba la integración social.
“Todo esto fue estudiado y acompañado por una ONG encargada de decirnos qué servía y qué no. Nos decían ‘fijate cuánto ganás, cuánto perdés’. Fue muy tedioso pensar en eso, pero querían que estudiemos algo que pudiera ser sustentable en el tiempo. El desarraigo no es fácil, pero ellos siempre nos acompañaron. Y eso fue crucial”, explica a Clarín Victoria Ubeda, que llegó con su pareja y sus dos hijos, de 9 y 13 años, en mayo de 2017. El proyecto para instalar un local en el que se reparan teléfonos y computadoras fue uno de los elegidos.
La movida generó 23 emprendimientos nuevos. Hay albañiles, carpinteros, vidrieros, fabricantes de alpargatas, técnicos en computación, remiseros, terapeutas. El 40 por ciento de los que llegaron ampliaron sus negocios. El 70 por ciento aumentó sus ingresos en un 40 por ciento. La población creció, con la llegada de cien personas –parejas, hijos y familiares–, un diez por ciento. Más consumo y más ofertas laborales, aunque la generación de nuevos empleos es parte de un proceso que, se espera, ofrecerá sus mejores frutos en un par de años.
El sustento económico era una de las variables centrales del proyecto. El otro, la provisión de viviendas para las nuevas familias. El Gobierno de Santa Fe realizó el aporte económico más importante: 25.563.033 pesos destinados a la construcción de 20 casas. Quince quedaron para los nuevos pobladores, que las pagarán con un crédito a 20 años con tasa cero, y otras cinco para habitantes originarios de Colonia Belgrano.
El aporte del Estado terminó por definir que los elegidos para migrar pertenecieran a las dos ciudades más pobladas de la provincia: Rosario y Santa Fe.
Las familias entendieron que era crucial la fortaleza de sus proyectos. Los pobladores locales, en tanto, aceptaron que no llegarían aventureros para complicar la fisonomía del lugar. Para generar el nexo entre unos y otros se creó la Comisión de Apoyo, integrada por una decena de vecinos y referentes de Colonia Belgrano.
Betina Mampaey tiene unos ojos azules profundos, 56 años, y una vida dedicada al tambo. “Una de las personas más generosas que hay acá”, la define Ubeda. Mampaey estuvo en la comisión y acompañó todo el proceso. Se la nota feliz por haber colaborado con quince familias que sienten haber llegado al paraíso. Y, también, por “una inyección de energía, de algo distinto” que se generó con los nuevos pobladores.
Matías Leiva (38), que se instaló hace pocos días, es de los últimos en llegar. Otros están desde hace tres años. Leiva vino con María Fernanda Giardini (37) y sus dos hijos, Julia (9) y Patricio (4). Dejó Rosario por lo mismo que todos. “Fue un cambio de vida, pero más por ellos que por nosotros”, dice mientras señala con la mirada a Patricio. “Quiero que tengan la libertad que tuve yo, que crecí feliz. Y básicamente ellos no podían salir a la calle”, explica.
Verónica Galván (40) está a su lado y asiente. También llegó desde Rosario con su esposo y sus dos hijos, de 13 y 18. Se ríe porque antes “llevaba y traía a los chicos a todos lados” y ahora perdió “la patria potestad”. Cuenta que los chicos se van a la plaza, hacen sus actividades y ella no necesita perseguirlos. “Antes vivía con miedo”, cuenta aliviada.
Ubeda cree que si no hubiese tenido hijos “ni pensaba” en esta mudanza, pero que la idea de que no vivieran “encerrados” terminó por decidirla. Ni Victoria ni Matías ni Verónica extrañan nada de la gran ciudad. O sí: a sus afectos que quedaron allá, pero nada más. “Fui en las vacaciones de invierno a visitar a mi mamá y no veía la hora de volver”, dice Verónica. Victoria la respalda con su experiencia: “Amo Rosario, pero no aguanto allá más de dos días”.
El jefe comunal actual, Francisco Berta, asegura que el lugar es un remanso. Nada de asaltos ni de asesinatos. Ésa es una realidad que les llega a través de la televisión o los diarios. Lo más próximo al delito que sufría la población eran las travesuras de jóvenes y adolescentes que venían de un pueblo vecino a bailar y se llevaban las bicicletas para no caminar los tres kilómetros de vuelta. ¿Las robaban? Para nada. Al llegar a su localidad las depositaban en el cementerio para que la Policía pudiera devolverlas a sus dueños.
Esa tranquilidad es la que también vinieron a buscar Evangelina Izquierdo (39) y su esposo, Pablo Carnaza. En especial pensando en Benjamín (4), su hijo. “El pueblo es hermoso y los chicos pueden jugar”, se sorprende ella mientras el nene hace estallar un pelotazo en la puerta.
La vida los llevó hasta allí con su taller para confeccionar artículos para mascotas. La maquinaria y la relación que tejieron con el matrimonio Leiva, que fabrica calzado y marroquinería para niños, terminó en una sociedad: ahora fundarán una tercera línea de productos exclusivos.
Colonia Belgrano logró que se generaran nuevos afectos y experiencias comerciales de ese tipo. “Nos llevamos muy bien y por eso podemos compartir”, dice Evangelina. “Totalmente. Estamos ansiosos por empezar. Y vamos para adelante”, le retruca María Fernanda. Lo dicen y ambas se ríen. La felicidad, a veces, no hace falta contarla con palabras. “Acá hay un costado humano. Dejamos de ser números, como lo éramos en la ciudad”, resume Ubeda. A otros les cambió algo más que el lugar en el que viven. Galván pasó de ama de casa a ser parte del cuerpo de bomberos voluntarios del pueblo. Y ahora inició el curso de enfermera. “Allá nunca se me hubiese ocurrido”, acepta.
El estudio de la experiencia arrojó que un 60 por ciento de los beneficiados son niños. En tres casos que sufrían distintas patologías crónicas la tranquilidad que ofrece el lugar fue el mejor remedio: abandonaron la medicación que tomaban. También asomó la solidaridad. Como la construcción de las viviendas demandó algunos años los vecinos nuevos en el mientras tanto debieron alquilar. Quince pobladores locales salieron como garantes. Sin conocerlos.
La responsable de Es Vicis explica que evalúan repetir la prueba en otros lugares de Santa Fe, pero que también exploran la posibilidad de replicar el modelo en Colombia y en Bangladesh. Cuenta que también alcaldes italianos se comunicaron para conocer detalles y lograr repoblar zonas de su país que tienden a extinguirse.
“Hemos podido demostrar que la gente puede producir en un pueblo lo que produce en la ciudad y salir beneficiada”, explica desde Suiza. Está a punto de tomar un vuelo para llegar, un par de días más tarde, a Colonia Belgrano. Quiere ver, con sus propios ojos, cómo marcha todo.
Esta comuna, que iba a ser denominada con una expresión italiana (“Bel gran”, que significa “Bello grano”), finalmente fue bautizada con el nombre del creador de la bandera argentina. Fue fundada en 1883 y cuenta con 22 mil hectáreas. Más del 80 por ciento están utilizadas para la actividad agrícola y ganadera.
Al ingresar se ven vacas, a un lado y al otro del camino. Dentro del casco urbano -un pañuelo de ocho cuadras por otras ocho- se respira un pulso distinto al de las grandes urbes. Hay silencio, calma, paz. Lo que algunas ciudades perdieron y quince familias decidieron recuperar.
Fuente: Clarin.com Colonia Belgrano. Enviado especial