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¿Es la ‘agricultura ecológica’ realmente ecológica?

Las actividades agrícolas se realizan en terreno que se ha ganado a la naturaleza, pero ¿existe alguna forma realmente sostenible de producción agrícola?

Antes de entrar en materia, es necesario aclarar algo. Si definimos “ecológico” como aquel acto o actividad que se realiza sin causar un impacto negativo sobre el medioambiente o, mejor aún, protegiéndolo, entonces hasta hoy, no existe ninguna forma de agricultura realmente ecológica. Toda explotación agrícola, sin excepción, requiere de un espacio, de unos recursos y de una serie de actividades que impactan sobre el entorno, en mayor o menor medida.

De lo que sí se puede hablar es de si una determinada explotación o una manera de gestión es más o menos sostenible que otra. Es en ese marco comparativo en el que podemos movernos. Para ello, habrá que valorar múltiples variables, y en muchos casos, una ‘agricultura ecológica’ —tal y como la define la normativa europea— y una convencional, en igualdad de condiciones, no tendrán diferencia. Pero en otros sí.

El uso del espacio

Uno de los problemas habituales a la hora de producir alimentos es el espacio. No podemos cultivar cualquier producto en cualquier lugar, y en ocasiones, eso ha provocado que el ser humano ganara terreno a la naturaleza, deforestando y reconvirtiendo áreas silvestres en campos de cultivo.

En este sentido, las formas de cultivo que produzcan la mayor cantidad de producto en el menor espacio posible serán las que se puedan considerar más sostenibles. Tradicionalmente, se consiguió con el uso de plaguicidas para evitar la depredación y la competencia con otras plantas, con fertilizantes y sistemas de rotación de cultivos y barbecho para mejorar la calidad del suelo, y mediante selección artificial para escoger las plantas que más producen. Hoy, es posible conseguir algunas de estas propiedades empleando la ingeniería genética: podemos disponer de plantas resistentes al ataque de un insecto, sin verter insecticidas, o variedades capaces de producir en condiciones desfavorables como la sequía.

Agricultora recogiendo fresas manualmente
La ‘agricultura ecológica’ se percibe como beneficiosa, pero no siempre lo es

Sin embargo, y lamentablemente, el Reglamento del Parlamento Europeo para la ‘agricultura ecológica’ (2018/88) excluye cualquier forma de ingeniería genética en su artículo 11. Esta medida reduce el potencial de mejora que puedan proporcionar los organismos transgénicos, desde el punto de vista productivo. Además, se ha reducido sensiblemente la lista de insecticidas y herbicidas permitidos, y en su mayor parte, son menos eficaces que los convencionales, lo que hace a los cultivos más susceptibles ante la entrada de hierbas silvestres indeseadas y el ataque de herbívoros y patógenos.

Todas estas restricciones hacen que la ‘agricultura ecológica’ tenga un menor aprovechamiento del espacio, y, por tanto, necesite una mayor extensión para producir la misma cantidad de alimento. En un mundo en el que, en algunas regiones, aún se está deforestando para establecer nuevos campos de cultivo, y donde la deforestación representa uno de los principales riesgos que alimentan el cambio global antropogénico, esta desventaja es un grave inconveniente que reduce considerablemente la sostenibilidad del modelo.

Emisiones y energía

Por otro lado, un aspecto relevante también es la energía que se requiere para producir una determinada cantidad de producto. Mientras sigamos dependiendo de fuentes de energía basadas en la combustión, emisoras de gases de efecto invernadero —como el carbón, el petróleo o el gas—, habrá que tener en cuenta este factor. Íntimamente unido a él se encuentra la emisión generada por la actividad agrícola, así como otros contaminantes. Las comparaciones se realizarán por unidad de alimento producida, y no por unidad de terreno empleada, por los motivos ya expresados.

En general, la producción ‘ecológica’ sí que ha mostrado una reducción en el uso de energía de entre el 15 y el 20 % respecto a la producción convencional, en igualdad de condiciones. Cuando se analizan pormenorizadamente los distintos productos, encontramos que la mayor reducción en el uso de energía sucede con el cereal, la legumbre y la producción de aceites. Sin embargo, se observa la tendencia contraria cuando analizamos la producción hortícola.

Respecto a las emisiones de gases de efecto invernadero, no se aprecian diferencias significativas en la mayor parte de los cultivos, solo se registra una reducción a favor de la ‘agricultura ecológica’ en los cultivos de frutales. Sin embargo, en cuanto a las emisiones de óxidos de nitrógeno, se observa un aumento de cerca del 8 %.

Tal vez lo más relevante, en la producción de alimentos, respecto a las emisiones de gases de efecto invernadero, está en el transporte. El más sostenible de los kiwis, plantado en Nueva Zelanda y transportado a Europa, lleva asociadas unas emisiones muchísimo mayores que el menos sostenible de los kiwis producido a 50 km del lugar donde se consume. Es decir, que en términos de emisiones, lo más sostenible es el consumo de productos locales, y tiene mucho más peso que el modo de producción en sí.

En cuanto a otras formas de contaminación, la ‘agricultura ecológica’ tiene un mayor potencial de eutrofización —hasta un 36 % mayor en fosfatos, y un 13 % en dióxido de azufre— y una emisión de amonio un 11 % superior a la agricultura convencional. Aunque globalmente, los nitratos parecen descender, en Europa se observa un aumento preocupante del 49 %.

La biodiversidad

La relación entre agricultura ecológica y biodiversidad es un aspecto muy poco estudiado, por lo que las conclusiones no se deben tomar como definitivas. No debemos olvidar que el conocimiento científico es siempre provisional, puede que mañana se descubra algo nuevo que hoy se ignora.

En general, se asume que la ‘agricultura ecológica’ tiene un impacto negativo menor sobre la biodiversidad que la agricultura convencional aplicada en igualdad de condiciones. En muchos casos, se debe al menor uso y efectividad de herbicidas e insecticidas —aunque no siempre, muchos sí están autorizados y se emplean en producción ‘ecológica’— o a una menor perturbación del medio natural.

Sin embargo, estos beneficios solo se conocen cuando se compara por unidad de terreno analizado. La pérdida de biodiversidad causada por un uso mayor del terreno aún no ha sido evaluada, y no se podría asegurar que se produjera una compensación.

Infografía. Una planta creciendo en una mano con ilustraciones de  biotecnología
La biotecnología nos puede permitir desarrollar variedades mucho más productivas y que requieran menos fertilizantes o plaguicidas

Por otro lado, estos inconvenientes relacionados con la pérdida de biodiversidad podrían mitigarse recurriendo, de nuevo, a la biotecnología. Si se diseña una planta que, en sus hojas, produzca una sustancia tóxica para los insectos, solo afectará a los insectos que traten de comérsela, y no a toda comunidad de insectos, como sucede cuando se fumiga todo un terreno —ya sea con insecticidas convencionales o ‘ecológicos’–. Por otro lado, plantas capaces de competir con más éxito podrían crecer en un terreno, aunque estén presentes plantas silvestres indeseadas, sin perder productividad y sin necesidad de herbicidas.

En conclusión

De forma general, y en biología en particular, las cosas raras veces son blancas o negras. Esa falsa dicotomía maniqueísta no suele encontrar reflejo en la realidad. Ni la agricultura convencional es tan mala como algunos sectores quieren hacer creer, ni la agricultura mal llamada ‘ecológica’ es tan beneficiosa como muchos quieren pensar. Existen luces y sombras alrededor de la agricultura ‘ecológica’ que no la hacen ni mejor, ni peor que la convencional; solo es mejor en algunos aspectos clave, y peor en otros. Y desde luego, no es realmente ecológica.

Quizá habría que pensar en ver qué cosas positivas puede aportar cada modelo de producción, sin negarse dogmáticamente a emplear aquellas aplicaciones que puedan beneficiar, y por supuesto, sin caer en malas prácticas empresariales, que pueden suceder y de hecho suceden. Aunar las fortalezas de los distintos modelos teniendo como referente el conocimiento científico. Buscar una forma de producción agrícola que aproveche las nuevas tecnologías y evalúe los impactos de forma pormenorizada, para lograr una agricultura que de verdad sea más sostenible que cualquiera de las que tenemos. Que nunca será realmente ecológica, pero puede ser “más ecológica”.

Referencias:

Clark, M. et al. 2017. Comparative analysis of environmental impacts of agricultural production systems, agricultural input efficiency, and food choice. Environmental Research Letters, 12(6), 064016. DOI: 10.1088/1748-9326/aa6cd5

Diario Oficial de la Unión Europea. 2018. Reglamento (UE) 2018/848 del Parlamento Europeo y del Consejo, de 30 de mayo de 2018, sobre producción ecológica y etiquetado de los productos ecológicos. L 150, 1-92.

Meemken, E.-M. et al. 2018. Organic Agriculture, Food Security, and the Environment. Annual Review of Resource Economics, 10(1), 39-63. DOI: 10.1146/annurev-resource-100517-023252

Tal, A. 2018. Making Conventional Agriculture Environmentally Friendly: Moving beyond the Glorification of Organic Agriculture and the Demonization of Conventional Agriculture. Sustainability, 10(4), 1078. DOI: 10.3390/su10041078

Fuente: MuyInteresante.es

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