El pez cebra es un animal modelo popular, por ejemplo, pero su cableado ojo-cerebro es muy distinto al de un humano. Los peces modernos no tienen este tipo de conexión ojo-cerebro. Esto ha permitido descubrir algo que no sabíamos hasta ahora.
La teoría vigente había sido que esta conexión se desarrolló primero en las criaturas terrestres y, desde allí, se trasladó a los humanos, donde los científicos creen que ayuda con nuestra percepción de profundidad y visión 3D. Pero parece que esto no fue lo que ocurrió.
Conexión anterior a animales terrestres
Según este nuevo estudio, publicado en Science, este tipo de conexión ojo-cerebro es anterior a los animales que viven en la tierra. Para realizar el estudio, los investigadores utilizaron una técnica innovadora para ver los nervios que conectan los ojos con el cerebro en varias especies de peces diferentes.
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En un pez cebra, cada ojo tiene un nervio que lo conecta con el lado opuesto del cerebro del pez. Es decir, un nervio conecta el ojo izquierdo con el hemisferio derecho del cerebro y otro nervio conecta su ojo derecho con el lado izquierdo de su cerebro. Los otros peces, más «antiguos», hacen las cosas de manera diferente. Tienen lo que se llama proyecciones visuales ipsilaterales o bilaterales. Aquí, cada ojo tiene dos conexiones nerviosas, una a cada lado del cerebro, que es también lo que tienen los humanos.
A continuación, el cerebro del pez gar. En esta imagen de microscopio, el hemisferio izquierdo del cerebro se ilumina en verde y el derecho en magenta. Sin embargo, en la parte inferior de la imagen, se pueden ver nervios de ambos colores que se conectan a ambos hemisferios. Esto muestra que ambos ojos del gar están conectados a ambos lados de su cerebro, como lo están los ojos de un humano.
Según los autores:
Estamos encontrando cada vez más que muchas cosas que pensamos que evolucionaron relativamente tarde son en realidad muy antiguas. Aprendemos algo sobre nosotros cuando miramos a estos extraños peces y entendemos cuán viejas son las partes de nuestros propios cuerpos.
Fuente:Sergio Parra
Xataka Ciencia