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Preferimos el placer impredecible al placer predecible, aunque tengan la misma intensidad

Preferimos el placer impredecible al placer predecible, aunque tengan la misma intensidad

Si nos preguntan si nos hace más felices satisfacer un deseo o desear algo y preguntarse si ese deseo será satisfecho, la mayoría de nosotros responderá que satisfacer un deseo.

Pero no es tan sencillo. Cuando vemos el final de una serie de muchos capítulos, por ejemplo, deseamos ver cómo termina todo, pero al final nos sentimos frustrados cuando todo termina y pensamos ¿y ahora qué?

Nos gusta lo impredecible

En el año 2001, Greg Berns y otros neurocientíficos llevaron a cabo un estudio en el que se solicitaba a 25 participantes adultos que se introdujeran un tubito en la boca y se tumbaran en el interior de un escáner de imagen por resonancia magnética funcional.

Se escanearon así sus cerebros en busca de evidencias de placer mientras uno de los investigadores suministraba gotas de agua y de zumo de frutas por el tubito.

La mayoría de los adultos prefería el zumo al agua, pero el cerebro humano consideró que tanto el agua como el zumo son pequeñas recompensas. Pero algo más pasó, como explica Adam Alter en su libro Irresistible:

Durante la mitad del experimento, las gotas caían de forma predecible, cada diez segundos, alternando agua y zumo. Sin embargo, durante la segunda mitad, los investigadores introdujeron el elemento sorpresa. Ahora, los adultos no tenían ni idea de cuándo recibirían la próxima recompensa, o si se trataría de zumo o de agua.

En la segunda parte del experimento, los cererbos se activaron más en los centros de placer. Cuanto más predecible era el deseo satisfecho, menos placer producía. Pero si era impredecible, entonces todos disfrutaban mucho más y ese placer no disminuía con el tiempo.

Cada nueva recompensa venía a resolver su propio microsuspense, y la emoción de la esepra hacía la experiencia más placentera durante un período de un tiempo más largo.

Fuente: Sergio Parra
Xataka Ciencia

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