jueves, noviembre 21, 2024

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Ser sinceros nos ahorra tiempo: la honestidad como forma de vida

Ser sinceros nos ahorra tiempo e higieniza relaciones. El buen uso de la honestidad y de la integridad con uno mismo donde dejar claro lo que permitimos y lo que no, lo que es correcto y lo que no, facilita esa convivencia sin situaciones incómodas y nada beneficiosas. Ahora bien, lejos de lo que nos pueda parecer, no resulta tan sencillo hacer uso de la sinceridad.

Decía Confucio que la persona que es sincera y dice siempre la verdad tiene ya ha construido el camino hacia el cielo. Sin embargo, admitámoslo, a la mayoría nos han educado para ser correctos en cada circunstancia, para mantener ese cuidado respeto hacia los demás donde, a menudo, hacemos de las pequeñas mentiras nuestras balsas de supervivencia por miedo a ser rechazados o señalados.

Decimos que sí a esa fiesta con los compañeros de empresa… por no ser menos. Mantenemos amistades que ya han caducado emocionalmente hace años por temor a hacer daño a la otra persona. Apoyamos a nuestra pareja en determinadas decisiones aún sabiendo que no son las acertadas, y lo hacemos por no apagar las ilusiones de alguien a quien queremos.

Son múltiples las situaciones que se dan a diario donde aplicamos la media mentira o esa media honestidad que, aún teniendo buenos propósitos, puede traer a la larga situaciones nada beneficiosas. Ser sinceros (pero sin aplicar el sincericidio) debería ser ese engranaje recurrente en nuestro propio ser donde construir una realidad más saludable para todos.

«La sinceridad puede ser humilde pero no puede ser servil».

-Lord Byron-

Grupo de trabajo practicando el arte de ser sinceros

Aplicar la sinceridad con nosotros mismos

Nada puede tener tanta armonía como practicar esa comunicación transparente donde dejar caer corazas, falsedades, miedos y condescendencias. Hay quien se vanagloria de ser siempre correcto y respetuoso, cuando en realidad es un experto en el arte de la hipocresía, es decir, en fingir sentimientos, comportamientos o ideas contrarios a los de verdad.

Abundan los que van el por el mundo desalienados. Los que piensan una cosa y dicen otra, los que sienten una realidad concreta y acaban comportándose de manera contraria. Vivir desafinados en cuanto a pensamientos, deseos, acciones y comunicación genera un gran malestar y puede conducirnos a la larga hacia situaciones de elevada infelicidad.

Estudios, como el llevado cabo en la Universidad del Sur de Dinamarca, por parte del doctor Stephen Rosenbaum, nos lo dejan claro: la honestidad debería ser una norma en nuestra sociedad. Hacer uso de la sinceridad nos ahorra costes de todos los tipos: emocionales, relacionales, laborales, etc. Es un principio de bienestar para nosotros mismos y los demás.

No obstante, ¿cómo aplicarla? ¿Cómo empezar a hacer un buen uso de ella? Estas serían algunas claves.

Empieza a ser sincero contigo mismo

Hay voces internas que refuerzan nuestros miedos (dile esto a tu jefe, tu amiga, tu padre o se enfadarán contigo). Existen defensas que alzan auténticas barricadas que nos impiden decir y hacer lo que verdaderamente deseamos. Todos esos universos psicológicos internos no solo nos impiden ser auténticos, sino que además dificultan nuestro crecimiento.

Tengámoslo claro, quien quiera ser sincero con los demás primero debe serlo con uno mismo. Y eso requiere practicar un diálogo interno sincero y valiente, ahí donde preguntarnos qué queremos y qué necesitamos.

Mujer mirándose al espejo practicando el arte de ser sinceros

Las mentiras o la falta de honestidad nos hacen cautivos de la infelicidad

Ser sinceros nos ahorra un tiempo valioso. Evita por ejemplo, dedicar tiempo y esfuerzos a personas, prácticas o dimensiones que no sintonizan con nuestros deseos o valores. Si fuéramos capaces de practicar una honestidad real, ganaríamos en confianza los unos con los otros, porque no hay nada tan beneficioso como contar con ese consejo o comentario por parte de alguien que lejos de buscar ser condescendiente o «quedar bien», se atreve a hablarnos desde el corazón.

Además, hemos de tener en cuenta un aspecto. La falta de sinceridad nos aboca a hacer uso de esas mentiras que al poco, necesitan de otras mayores para que ese castillo de naipes se mantenga. El esfuerzo psicológico para evitar el derrumbe de tantas falsedades es inmenso, y al poco, nos damos cuenta de que esa práctica no es útil, ni lógica ni aún menos saludable.

La sinceridad es un acto de valentía con grandes beneficios ¡Practícala y tu mundo cambiará!

Po Bronson y Ashley Merryman, dos psicólogos expertos en educación infantil, nos señalan en su libro Educar Hoy, que los niños mienten a sus padres más a menudo de lo creen por un hecho muy básico: optan por recurrir a la mentira para hacer felices a sus progenitores, y cumplir así las expectativas que tienen sobre ellos. Piensan que si les hablan de lo que verdaderamente sienten los pueden decepcionar.

De algún modo, es así como se inicia esa necesidad casi recurrente de no ser siempre completamente honestos. Tememos decepcionar, nos da miedo no ser como otros piensan, nos asusta generar distancias o perder relaciones.Sin embargo, hay que tenerlo claro, al actuar de este modo a quien traicionamos de verdad es a nosotros mismos.

Ser sinceros puede causar algún que otro impacto o sorpresa. Sin embargo, a la larga merece la pena porque creamos escenarios más higiénicos, felices y significativos al compartir vida con quien de verdad importa. Pongámoslo en práctica.

 

Fuente: La Mente es Maravillosa

Viviana Martinez  –  Counselor  –  Corresponsal de RBN

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