martes, marzo 19, 2024

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Ser Zen

Entrenar a profesionales de la salud en la práctica de mindfulness eleva la capacidad de atención al sufrimiento y el deseo genuino de ayuda.

En la tercera sesión que tuve con Ricardo todo cambió. Pero cambió porque cambié yo.

Ricardo era un paciente oncológico de unos 60 años. Llegó a mí por una recomendación de un colega que pensó que un abordaje centrado en Mindfulness sería muy conveniente para él. Desde la primera sesión manifestó su dolor, a veces enmascarado por la fortaleza de su rol de jefe de familia que no puede rendirse ante los desafíos de la vida. Intenté brindarle el máximo de empatía, de compasión, de estar más cerca de su dolor: pero había algo que no terminaba de abrirse en mí para tocar su alma.

La segunda sesión no fue muy distinta y sugerí algunos ejercicios para practicar en su hogar. Pero entre ésta y la tercera, algo ocurrió en mi vida personal que me cambió: recibí, de parte de mi madre, la noticia de que mi padre también padecía cáncer. Había sorteado un primer diagnóstico varios años atrás pero ahora recrudecía y en otra zona de su cuerpo. Esa noticia me impactó, me sensibilizó y la tercera sesión y el resto del proceso con Ricardo, que duró unos dos meses, fue totalmente distinto. Me mostré más motivado a ayudarlo, más disponible, más accesible a su dolor, más atento y creo que más efectivo en el ordenamiento de las herramientas que fue incorporando en la terapia. Hoy anda por ahí vivito y coleando.

Abrir el corazón

Hay muchas formas de llamar este cambio actitudinal que ocurrió en mí, la ciencia psicológica intenta (a veces infructuosamente) definirlo con más precisión y puntería, hablando de vínculo terapéutico, rapport, transferencia, etcétera, etcétera. También se ha investigado la enorme importancia que tiene, siendo en algunos casos más relevante incluso que el tipo de abordaje (cognitivo, gestáltico, analítico).

En nuestra práctica contemplativa hablamos de una actitud amorosa y compasiva, inclusive yo prefiero mantener la frase “abrir el corazón”. Pero también es cierto que aún no sabemos muy bien cuáles son los distintos “grados de apertura” del corazón.

Es que nuestro estado habitual no suele ser éste, más sensible y conectado. Más bien solemos experimentar una maraña de pensamientos en nuestra cabeza y un revoltijo de experiencias emocionales en el cuerpo. La verdad es que cuando pensamos en un rol tan importante como el del terapeuta (médico, psicólogo o lo que sea) y en la dificultad que los profesionales experimentan para encontrar paz interna, equilibrio y disposición plena a sus pacientes, no podemos más que creer en lo difícil que es lograr una buena calidad de atención terapéutica, un encuentro de almas y no sólo el de un técnico con alguien que padece.

Una sensación que empuja y activa

Así definiría lo que me ocurrió en la tercera sesión: una sensación que empujaba desde adentro a ayudar a mi paciente y ponía en “on” todas mis herramientas. Si bien me encontraba en términos generales relajado, esa emoción que comencé a experimentar cuando pensé en él, antes de su llegada, se incrementó cuando lo recibí, cuando lo acompañé a través de la escalera que dificultaba su ingreso al consultorio, era como un suave calor en el pecho que irradiaba hacia mis extremidades y activaba mis neuronas para estar más atento (mucho más atento), menos rumiante (realmente menos rumiante), más creativo y sensible a su momento, al crucial desafío que la vida le ponía en ese momento. Durante la sesión casi no pensé en mi padre. Es como si hubiera estado presente en este hombre que tenía enfrente, como si su vulnerabilidad y la de Ricardo fuera la de todo el mundo, incluso la mía, y que esa condición requiriera, sin ninguna duda, de una actitud de plena receptividad y afecto.

Ahora bien, dos puntos para pensar: el primero, ¿cómo se desarrolla esa apertura de corazón? ¿Cómo entrenar a los profesionales de la salud para que la experimenten? Hemos hecho algunos avances con las prácticas de mindfulness y compasión, aprendiendo a desarrollar mayor atención al sufrimiento humano, mayor conciencia de humanidad compartida y deseo genuino de ayuda. En mi opinión, se requiere de una intención muy firme para acceder a estos cambios. Hay profesionales “muy cerrados”, padeciendo de un hermetismo defensivo ante el dolor que es muy difícil de modificar. Quizás podamos ofrecerles a ellos primero algún tipo de capacitación que incluya poder “ponerse” en el lugar del otro, “reverenciar su dolor” y especialmente, darle valor a la relación que se establece en la consulta.

Recuerdo especialmente un caso de una paciente que, luego de hacer toda la cola para ser atendida en un hospital en un pueblo de La Pampa, se hizo ese mismo día los estudios y, una vez finalizados (pero aún sin los resultados), volvió a hacer la cola para decirle al médico que ya los había completado. También recuerdo a ese médico reírse en la sala con otros profesionales de la paciente por la pérdida de tiempo y lo inexplicable de su conducta. Para un profesional sensible este ejemplo es la expresión de la importancia que el paciente le da a la relación y que asume -aquí erróneamente- que el médico también le da. Ignorancia, diría el budismo, falta de empatía (que supone comprensión), podríamos decir nosotros.

El segundo punto ya lo hemos tocado en columnas anteriores, pero vale la pena mencionarlo nuevamente: una vez conectados con el dolor del paciente, ¿cómo protegernos de eso sin vernos desbordados? Esto es lo que provee la práctica consciente de la compasión, un canal de llegada directo al dolor pero también una malla semipermeable que nos ayuda a no fusionarnos y vernos desbordados por la intensidad del sufrimiento. Nosotros sentimos a quien sufre, es “como si” sufriéramos, pero no somos nosotros quienes estamos en esa encrucijada. Esto no es sacarse el lazo, no es evitativo, es solamente la asunción de una realidad que nos va a permitir ayudar mejor a quien la está pasando mal.

Así las cosas, hay que trabajar. No nacemos empáticos, compasivos, nos hacemos, y propiciarnos experiencias en tal sentido nos abrirá caminos insondables en la cura de las enfermedades de nuestros pacientes. Y de sus almas.

*Martín Reynoso es psicólogo, coordinador de Mindfulness en INECO y autor de «Mindfulness, la meditación científica».

Fuente: Clarin

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